miércoles, 18 de junio de 2008

Y me voy...y llegué!

Y llegó la hora. Lo que llevaba deseando casi dos años por fin empieza a cristalizarse y el vértigo que siento en el estómago me lo confirma. Racionalmente parecía tenerlo asumido pero emocionalmente no ha sido hasta ayer noche, al despedirme de mis amigos y familiares, cuando mi corazón cayó en la cuenta de que nos vamos, él y yo, por un tiempo indeterminado de nuestro mundo conocido...
El avión se me hace eterno como nunca, no porque sean doce horas de vuelo que las líneas aéreas se encargan de hacértelas cada vez más insoportables (BOICOT A AIR COMET...son unos miserables e inhumanos, pero no voy a calentarme escribiendo más sobre esto), más bien porque no veo la hora de llegar no a Lima, parada técnica, sino a Bambamarca, mi perdido destino en un cerro de los Andes.

Pero merece la pena, desde luego que sí.

Desde el momento en que el avioncito que nos traslada de Lima a Cajamarca, capital del departamento del mismo nombre en la Sierra Norte del Perú, sube por encima de las nubes y unos Andes majestuosos me dan la bienvenida, merece la pena. El vértigo vuelve a mi estómago pero sigue de largo y sube hasta mis ojos, lágrimas de felicidad viendo la hermosa naturaleza que me acompaña durante la hora y media de vuelo. No puedo creer que esté sobrevolando la cadena montañosa más larga del mundo. Paso al lado de la cordillera de Huarás, con sus nevados de más de 6 mil metros de altura, y mi índice no para de apretar el disparador de mi recién estrenado tesoro: una Nikon D40 que será mi testigo de excepción. No veo mejor manera de inaugurarla y a cada minuto que pasa, cambia el encuadre, cada montaña es un mundo...y yo no paro de fotografiar....(más fotos de los Andes en mi espacio facebook.com)

En el aeropuerto casi de juguete me espera Julián, el chófer de PRODÍA, la ONG donde trabajaré el primer mes. Viene con su mujer ya que son 3 horas largas de camioneta hasta Bambamarca y, si bien son gente callada y tranquila, me preguntan sobre el viaje, sobre España. Pocas veces en mi vida me pasa que alguien poco conversador se haga el conversador conmigo y yo no corresponda con una buena parrafada...quien me conoce dará buena fe; pero supongo que el cambio de horario y los traqueteos de buena parte del camino, empiezan a hacer mella en mí y voy cayendo en un mutismo convertido en letargo que ni los ya acentuados hoyos consiguen despejar.

Llegamos a eso de las 8pm (3 am hora española), ya es de noche y no puedo apreciar muy bien el pueblo, y enseguida se presenta ante mí el señor Waldemar, administrador de la ong, para enseñarme mi cuarto: una habitación sencilla con baño, amplia, con mesa, tele y cómoda para mis cosas, que será mi refugio durante mi mes de estadía aquí. Me presenta a dos de las compañeras, técnicos de salud, que no dudan un instante en sacarme a pasear por la ciudad y acabamos bebiendo unas "chelas" (cervezas) con otros compañeros que nos hemos encontrado por el camino. No las tomamos en el bar, sino en una tiendecita multiusos (en República Dominicana se llaman colmados; en España ultramarinos, aunque no es exactamente lo mismo) donde todos me dan una cálida bienvenida que me hace olvidar el jetlag...

Por fin estoy aquí, brindan a mi salud para que tenga una feliz estancia y yo de la emoción casi rompo a llorar ahí en medio.

Ellos no tienen ni idea de lo que para mi significa, como tampoco muchos en España la tienen...porque sólo mi corazón y yo sabemos cuanto tiempo nos quedaremos por aquí. Porque no serán tres meses si todo va bien...porque no es una experiencia puntual, sino una opción de vida, mi desvío particular en el camino a ciegas que voy descubriendo mientras respiro y espero no tener nunca que dar marcha atrás.

Porque ahora sí, oficialmente, estoy atando cabos y rompiendo cuerdas.