domingo, 22 de febrero de 2009

Vestigios del pasado


Conforme recorro las distintas áreas de desarrollo de la ONG para la que trabajo en Perú, voy descubriendo la historia de esta vasta tierra que no deja de sorprenderme cada minuto que pasa. Durante mi estancia en el Departamento de La Libertad, tuve la oportunidad de visitar el complejo arqueológico de las Huacas del Sol y de la Luna, antiguos centros de poder político y religioso respectivamente de la cultura Moche o Muchik, macroetnia afincada en la parte de la costa norte que actualmente comprenden las regiones de Lambayeque y La Libertad y parte de la de Piura entre los años 100 y 900 D.C.
La Huaca de la Luna es la única a la que se puede acceder, pues la del Sol no está siendo investigada de momento por falta de fondos. Lamentable y paradójicamente quien financia las excavaciones arqueológicas, realizadas por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Trujillo, no es ni más ni menos que la Fundación Bakus, el principal grupo cervecero peruano. Supongo que se mueren por probar que desde tiempos ancestrales muchas han sido las sustancias utilizadas para evadir la realidad y transportarse a otros mundos. Si antes era el San Pedro o la Allahuasca, pues hoy una buena Pilsen, y encima a buen precio (tres cervezas de litro por diez soles), tiene el mismo efecto.
La cosa es que gracias al helénico Baco convertido en levadura fermentada, los peruanos pueden ahora visitar este antiguo centro religioso donde resulta increíble ver la extraordinaria organización de culturas preincaicas. Las Huacas, en forma de pirámides truncas, son los antiguos centros de poder de las distintas culturas que han ido habitando lo que hoy día conocemos como el Perú. Y es desde hace poco más de una década cuando el interés por profundizar en el patrimonio cultural e histórico peruano se está viendo impulsado desde el Estado, aunque de forma muy débil aún, o por instituciones privadas.
El descubrimiento de las Huacas del Sol y de la Luna fue en 1990, y se empezó excavando la de la Luna donde se descubrieron ni más ni menos que seis templos superpuestos uno sobre otro, alcanzando los 290 metros en su lado más alto . Los Mochicas al parecer tenían la sabía y sana costumbre de cada 100 años renovar sus estructuras administrativas y de poder, y por ello transcurrido este tiempo, construían nuevos templos sobre los anteriores, quedando estos sepultados y sirviendo de base para los siguientes, con una estudiada arquitectura que impedía su derrumbamiento ante posibles movimientos telúricos.
La decoración en relieve de las paredes son continuos tributos a su dios Ai Apaec, o Dios de la Montaña, donde este figura según su estado de ánimo: enfadado, contento, aburrido…además de rodeado de otras divinidades menores, normalmente relacionados con su entorno natural. En la cosmovisión moche, como en casi todas las preincaicas, existía un profundo sentido religioso que les llevaba a sacrificar a sus propios guerreros para contentar a estas deidades naturales con el fin de tener a su favor a las fuerzas de la naturaleza (la lluvia, los ríos, el mar, las montañas) y seguir con sus actividades de subsistencia basadas en la agricultura, pesca y ganadería.
Entre el centro político y religioso, se extendía un asentamiento donde residía la élite del pueblo. Y aquí hay que hacer un inciso para explicar el concepto mochica de élite: aquellos vinculados a la Huaca, sean sacerdotes, alfareros, metalurgistas... es decir, las profesiones vinculadas al desarrollo de los rituales religiosos, no era una cuestión de nobleza o dinero. La cerámica Moche ha sido una de las principales vías para estudiar esta cultura que, como casi todas las precolombinas, era ágrafa; casi todas sus costumbres, ritos y sucesos importantes se plasman en sus cerámicas.
A la Moche, les sucederían las culturas Chimú y Lambayeque, las cuales ya serían absorbidas por los incas en su expansión territorial.
Durante el recorrido, trabo conversación con una agradable pareja de argentinos y decidimos terminar la jornada degustando uno de los platos típicos moche que a día de hoy se siguen degustando en la zona: un delicioso cabrito con arroz y frijoles, regado con la rica pero engañosa Chicha de Jora (aguardiente del maíz).
Deliciosa forma de terminar un paseo histórico: satisfecha la mente, satisfecho el cuerpo.